martes, 14 de agosto de 2012

V


Apareció de entre sombras y matorrales, árboles y hojas caducas, tal y como la recordaba. A pesar del tiempo, la recordaba exactamente así. Como una nebulosa lejana e inalcanzable, borrosa como el polvo astral a ojo de telescopio desde el zaguán del hogar en las largas noches de invierno. La recordaba luminosa como la estrella más cercana, pero volátil como cualquier astro itinerante que solo está de paso. Y ¿cómo es que a pesar de tanto tiempo seguía naciendo en él tal explosión de sentimientos y recuerdos simplemente con imaginarla? No había respuesta.

Allí estaba, una noche más, le costaba discernir si era producto de tantos sueños reiterados o alguien que había tomado imagen y cuerpo de sus pensamientos.

- Eres tú. Siempre eres tú. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no me puedes dejar solo? ¿Qué busco de ti?

Sólo alcanzaba a distinguir ligeramente su figura recortada en la oscuridad y facciones. Le pareció distinguir una sonrisa, bien amplia. Era de esas sonrisas que tanto le habían inspirado antaño. Esas sonrisas que le hacían achinar aquellos bellos ojos celestes. Tan sólo con una de esas sonrisas sinceras, una de esas miradas inocentes y alegres, había creído que nada más podía esperar de un mundo tan terrenal como humano. Sentía que no quería morir y que su último deseo fuese uno de esos instantes.

Estos recuerdos le producían en los labios sabores afrutados y dulces, aromas frescos y sutiles, acompañados de fresca brisa y un sol radiante de verano. El sonido de los abetos al mecerse con el viento y quizás una o dos cigarras cantando.
Qué podía hacer para deshacerse de su influjo, si aún en la distancia del tiempo y el espacio, si aún ni los muchos pesos de la responsabilidad y ocupaciones adultas le alejaban de aquel sueño inocente e ideal de antaño. Si en cualquier instante de intimidad, de tiempo vacío, volvía como un mar que invade los diques cavados de un castillo de arena.

- Soy yo, amor. Y, siempre seré yo. Tuya. Para siempre. –
Cómo una lamia de viejos deseos prometidos ahora depredadora de almas.

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Lo que no se contó ni se contaría en anales de libros de historia, ni en tratados estudiados en colegios, ni en ningún cuento para antes de dormir, ni siquiera en algún pequeño epitafio conmemorativo en la tumba de algún anónimo, fue lo que ocurrió después. El final de aquella campaña sería, gratamente, olvidado y desterrado de la memoria del valiente, o más bien, borrado de la mente desgarrada, arrancada y descuartizada del afortunado que sobrevivió a toda aquel deplore humano.