Apareció de entre
sombras y matorrales, árboles y hojas caducas, tal y como la recordaba. A pesar
del tiempo, la recordaba exactamente así. Como una nebulosa lejana e
inalcanzable, borrosa como el polvo astral a ojo de telescopio desde el zaguán
del hogar en las largas noches de invierno. La recordaba luminosa como la
estrella más cercana, pero volátil como cualquier astro itinerante que solo
está de paso. Y ¿cómo es que a pesar de tanto tiempo seguía naciendo en él tal
explosión de sentimientos y recuerdos simplemente con imaginarla? No había respuesta.
Allí estaba, una
noche más, le costaba discernir si era producto de tantos sueños reiterados o
alguien que había tomado imagen y cuerpo de sus pensamientos.
- Eres tú. Siempre
eres tú. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no me puedes dejar solo? ¿Qué busco de ti?
Sólo alcanzaba a
distinguir ligeramente su figura recortada en la oscuridad y facciones. Le
pareció distinguir una sonrisa, bien amplia. Era de esas sonrisas que tanto le
habían inspirado antaño. Esas sonrisas que le hacían achinar aquellos bellos
ojos celestes. Tan sólo con una de esas sonrisas sinceras, una de esas miradas
inocentes y alegres, había creído que nada más podía esperar de un mundo tan
terrenal como humano. Sentía que no quería morir y que su último deseo fuese uno
de esos instantes.
Estos recuerdos le
producían en los labios sabores afrutados y dulces, aromas frescos y sutiles,
acompañados de fresca brisa y un sol radiante de verano. El sonido de los
abetos al mecerse con el viento y quizás una o dos cigarras cantando.
Qué podía hacer para
deshacerse de su influjo, si aún en la distancia del tiempo y el espacio, si
aún ni los muchos pesos de la responsabilidad y ocupaciones adultas le alejaban
de aquel sueño inocente e ideal de antaño. Si en cualquier instante de intimidad,
de tiempo vacío, volvía como un mar que invade los diques cavados de un
castillo de arena.
- Soy yo, amor. Y,
siempre seré yo. Tuya. Para siempre. –
Cómo una lamia de
viejos deseos prometidos ahora depredadora de almas.
.................................................
Lo
que no se contó ni se contaría en anales de libros de historia, ni en tratados
estudiados en colegios, ni en ningún cuento para antes de dormir, ni siquiera
en algún pequeño epitafio conmemorativo en la tumba de algún anónimo, fue lo
que ocurrió después. El final de aquella campaña sería, gratamente, olvidado y
desterrado de la memoria del valiente, o más bien, borrado de la mente
desgarrada, arrancada y descuartizada del afortunado que sobrevivió a toda
aquel deplore humano.