domingo, 8 de julio de 2012

IV

Aquella hora del día que tanto le asustaba llegaba sin pausa ni misericordia. Girean con aire ausente hacía gala de su personalidad abstraída. Se sentía amargado siempre en aquellos momentos cuando la luz del día marchaba y se encontraba con sus pensamientos y recuerdos como únicos compañeros de alcoba. Había pasado la hora de cenar hacía un buen rato, horario que parecía no ajustarse bien con él. "La noche es caprichosa y misteriosa, absorbe los restos de humanidad, y esconde tanto dolor  bajo su aterciopelado manto de penumbra..."

“Otro día más…” Pensaba. “No creo que viva largos años siguiendo este ritmo de vida.”
La amargura oscurecía su corazón ese día especialmente y, de hecho, también los días anteriores. “¿Porque no puedo ser feliz? ¿Es cosa de estos tiempos tempestuosos que afrontamos? ¿Qué me pide el corazón?”

Su semblante estoico entrenado desde años tempranos, como barrera hacia los demás, disimulaba la pesadumbre y la sombra que parecía cargar su consciencia. Decidió salir de la tienda y dar un largo paseo que le permitiera conciliar el sueño y una posible pequeña paz interior, como píldora indispensable para su cuerpo.

- No, esperad aquí. Necesito estar solo, no quiero que nadie me moleste.- Mientras se dirigía a los guardias personales. Una poderosa compañía formada por los mejores guerreros especialmente seleccionados y entrenados para acudir en cualquier demanda de su comandante.

Mientras recorría los amplios caminos entre tiendas observaba la luna decreciente. “En pocos días dejará el cielo negro y después volverá a despuntar como ciclo reiterado hasta el fin de los tiempos, ¿tendrá mi alma el confort de la luna llena alguna vez?” Se sentía triste de alguna forma sentía añoranza por su familia desconocida, y por la familia adoptiva que había dejado atrás hace años. Recordaba las fuertes discusiones que habían mantenido alguna vez. Discusiones con las que se asustaba de si mismo, se miraba al espejo y se sentía desgraciado, despreciable. ¿Cómo podía reaccionar de aquella forma, como no podía contener ese temperamento?

Le entristecía sobremanera pensar en aquellas cosas, no habían sido pocas las noches que lloraba arrepentido de sus actos. Y fue una de esas noches la que cambiaron el rumbo de su vida definitivamente.

Paseando entre tiendas, veía ahora algunos de sus soldados patrullando en su turno de vigilancia nocturna. Inclinaban, levemente y con gesto cansado, la cabeza al verlo pasar.

 - Mi señor.

- Milord.

Recordaba todo aquello y sentía un gran pesar en su consciencia. Pesar por haber tenido posibilidad y no haber sabido pedir perdón. Por no encontrar las palabras de afecto necesarias que hubieran nacido en cualquier buen hijo. En una de esas noches de no encontrar palabras, de no encontrar la expresión de amor necesaria para los demás, cogió lo necesario y marchó para no volver nunca más. Justo cuando su vida empezaba a tener un camino marcado por la orden de caballería a la que con gran dificultad había sido capaz de acceder, la Orden de Plata.

 Rió interiormente al pensar en ello. – No podía ser como un cuento de fantasía, al menos no para mí, no tiene solución, ya es demasiado tarde, nacemos, morimos y decidimos, a veces no tan acertadamente. ¿Podré encontrar consuelo a esta amargura algún día?

Se apartó un poco de la hilera de tiendas del campamento que flanqueaban la arboleda de la colina dónde se asentaban. Con agilidad aupándose en el tronco escaló un achatado roble anciano y desde una de sus ramas más gruesas observó la vastedad de prados que se extendía en frente suyo. En menos de un día aquellos pastos se teñirían de la sangre de amigos y gente valiente. Ninguno encontraría misericordia entre la colina y allende aquellos campos. No había escapatoria posible.

Se sorprendió al notar una presencia a pocos metros detrás de él. Pocas veces lo solían descubrir desprevenido, pero esta vez faltó poco. “Realmente me conviene empezar a dejar de lado estas emociones…”

- ¿Quién anda ahí? Descubre tu identidad. – Inquirió mientras alargaba el brazo a la daga que siempre llevaba cuidadosamente envainada en el dorsal de su cinturón.

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