En un atardecer helado, oscuro y misterioso cargado de incertidumbre solo era necesario alzar la vista y trabajar un poco las fosas nasales para darse cuenta de la tensión que impregnaban aquellos páramos aquel dia. Pero aquel dia en aquellos páramos había gente valiente.
Los rayos de sol se colaban a través de la visera de su alargado yelmo alado, cosa que le molestaba bastante teniendo los ojos almendrados tan cansados como los tenía últimamente. Hoy no hace frío…, pensó, extraño para un día de pleno invierno…
Era mediados de enero, unas fechas en las que nunca se solía abrir campañas militares, una norma, se podría decir, universal, pero, todo indicaba que nada iba a ser como de costumbre esa vez.
La enorme colina achatada en la que él y su ejército se habían apostado era baja, sobresalía del paisaje monótono y llano que se extendía hacia el oeste, la elevación tenía un gran robledal a las espaldas lleno de anormalmente enormes robles que de la misma forma anormal conservaban las hojas. Todo parecía extraño por aquellas tierras incluso el tiempo parecía haberse alterado.
-¡Comandante Girean! ¡Comandante!- No se molestó en girar la cabeza, sabía de qué se trataba. -¡El enemigo ha sido visto por el noroeste cruzando el río Newa! Nuestros exploradores nos informan de que solo se trata de una avanzada. Pero la fuerza central marcha rauda por el mismo sendero.-Dijo nervioso el robusto hombretón de Rhaven.
-¿Cuándo?
-Probablemente al anochecer milord.
-¿Han habido supervivientes?
-¿Han habido supervivientes?
-Todos aniquilados.
-Perfecto.
Años hacía ya que le habían asignado proteger la conflictiva frontera norte de las posibles, o más bien, constantes, invasiones. Para ello el Rey mismo le presentó a sus “futuros hombres” una hueste de unos apenas dos mil guerreros entre los cuales destacaban Los 50 de la Compañía Exploradora de Rhuned, el escuadrón de ingenieros de Garra de Halcón y las dos alas de caballería ligera, Orgullo de Rhaven, compuesta por casi quinientos valientes jinetes equipados excepcionalmente con lo mejor de lo mejor que entrara dentro del termino “ligero”. Todo esto sin tener en cuenta su veterana escolta de caballeros “pesados”, tanto hablando de equipamiento, como con el trato con el enemigo, la Guardia Alada, y los novecientos restantes como fuerza de a pie selecta bien equipados para la guerra a distancia así como también el cuerpo a cuerpo.
Años…, pensó, que honor me pareció aquella “novedad”…
Una ráfaga de viento gélido repentina le despertó de su ensoñación, le recorrió un escalofrío, ¿quizá esta vez fuera el final? Apartó aquel pensamiento que le acechaba siempre en tales circunstancias.
-Muy bien Galn, ordena a todos los oficiales que se preparen a seguir lo planeado. Incluido al impetuoso de Lancel.
-De inmediato.
-Y…
-¿Si milord?- Los ojos oscuros de Galn y su sonrisa levemente torcida daban mucho a entender y contrastaba mucho con el gesto estoico que intentaba aparentar el comandante.
-Pide a Loenneyr que venga.- Girean se ruborizó levemente y desvió sus ojos castaños ante los verdes de su oficial.
Su altura superaba enormemente a la de su capitán aunque en aquellos momentos le parecía encoger.
-Por supuesto señor.
Mientras miraba el vasto campo que se extendía hacia el suroeste húmedo y helado en casi su totalidad, tocó y miró el medallón plateado con forma de halcón con las alas extendidas en posición de caza que llevaba colgado al cuello, gesto que repetía a menudo. Un regalo importante, sentimental, muy valioso para mí decía a sus más allegados, Un talismán de protección heredado de mi familia decía a los curiosos que se atrevían a preguntar.
Solo se oía el ulular constante del frío viento. No se oían animal alguno y mucho menos pájaros. De improviso un cuervo alzo el vuelo pendiéndose de la vista por el oeste.
Girean suspiró. La noche sería muy larga...
Se giró y dirigió sus pasos lentamente a su tienda, bastante modesta para ser de un comandante de cargo noble en Rhaven.
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